jueves, 30 de octubre de 2008

El frío le consume los huesos, el sol siempre le arruina la piel. Su voz se siente agotada, resignada. Las calles, se niegan a desaparecer.
Los árboles son inmensos, eternos, sin embargo la soledad es aún mayor.
Nuestros diarios son los mejores abrigos y las lunas sus únicas testigos.
En la sangre cargan hambre y marginación. En el corazón, la más sólida impotencia. En los sueños, una realidad distinta. En la mente, ilusiones vanas. En el corazón, un profundo vacío.
Las ganas de cambiar el contexto de su mundo son cotidianas, enormes y bordan la cuasi imposibilidad.
Las baldosas se transforman en sus amigas más fieles, más inevitables. Aquellos semáforos, en los ridículos colores de su vida.
Los días tienen veinte, veinticuatro o noventa horas, da igual, es más de lo mismo.
La improvisación nace en cada nuevo momento, como sucede con cada alma de este desierto. La discrepancia radica en la incertidumbre, en el estómago, en la carencia y en la más injusta desesperación.
Este combo estúpido concluye como sospechamos, no encontrar una salida los lleva directa o indirectamente a la auto-destrucción humana, a la esclavitud, los conduce deliciosamente a un mundo distinto, lejos del real, aquel que finalmente acaba traicionándolos.

jueves, 23 de octubre de 2008

Carta al dolor

Es extraño regalarte estas líneas, sin embargo, hoy me vencieron las ganas de hacerlo. Habitan en mi mente tantas dudas como venas cargo en mi interior.
Tantas veces percibí como te quejabas enfurecido y no conseguí, de ningún modo, calmarte. Tantas veces volteaste sobre mi sien tus dinámicos puños rígidos y me destrozaste los pensamientos ingenuos que llevaba fuertemente tatuados. Tantas otras, apareciste cuando menos te esperaba y no me dejaste, ni siquiera regalándote mi fortaleza, contener ese cóctel de angustia impregnado en mi cuello, que concluía cuando mis ojos estallaban cual cataratas satisfechas de agua salada.
Pensaba, durante mi fallido intento de conciliar el sueño, por qué habías actuado de esa manera conmigo y entendí, al cabo de varias horas, que tu perversidad escondía tras de sí una incógnita perfecta.
Me propuse, después de aquella noche en vela, revelar tus misterios. No podías ser tan injusto como pensaba. Tenía la firme convicción de que mis prejuicios hacia vos eran completamente erróneos. Deseaba simplemente encontrarme con la verdad y así poder destruir aunque sea un tímido puñado de aquella bronca que me inspiraste cada minuto que surgiste.
Recordé entonces, que te sentí claramente aquella madrugada superflua cuando todo era para mí turbio y frío, y tuve tantísimas ganas de conocerte para devolverte esa sensación inaguantable, pero nunca diste la cara, nunca. Sin embargo, supe también, que al día siguiente habías desaparecido, te habías eclipsado cobardemente con esa luna, te habías tomado el primer tren a Hong Kong.
Luego invadió mi psiquis una nueva escena tormentosa de hace algunos años atrás, y todos los días aún más rebeldes que le siguieron. Pero entendí por sobre todo que un día acabaron, que un día acabaste y al mismo tiempo me sacudiste nuevamente.
Fue difícil comprender que yo mereciese tanta sublevación en mi sangre, tanta presión en las muelas, tanta fuerza en mi garganta. Pero más difícil me resultó comprender tus finales, tus conclusiones, aquellos desenlaces. Percibir que cuando te ibas salía el sol, se despertaba en mi rostro la sonrisa más radiante y mis ojos se negaban a detener su incandescencia.
Yo algún día creí que eras indestructible, que jamás acabarías. He aquí mi gran error, he aquí felizmente mi incógnita resuelta.
Dolés, pero me despabilaste la mente. Dolés, pero me ejercitaste el corazón. Dolés, pero me hiciste aprender. Dolés y sin embargo hoy te puedo agradecer.
Tenés fin y desparramas estampillas en mis entrañas. Te consumís dentro del alma, olvidando crecimiento en mi mente. Concluís tu miserable estadía, dejándome, como secuela, la más pacífica primavera.
Entendí por sobre todo que soportarte era el único camino hacia el crecimiento personal y mirándote de esa manera pareces un tanto más bonito, aunque seas de lo más horrible que existe en el mundo.

martes, 14 de octubre de 2008

Detengan el mundo!

El trabajo, el estudio, la familia, el almuerzo, los horarios, el colegio, la oficina, los chicos y la suegra. Cualquier motivo es válido para vivir a un ritmo vertiginoso, tragarse los minutos con el desayuno, faltarle el respeto a tus piernas y deambular por baires a las corridas, con taquicardia.
Ordeno un cortado con dos medialunas que me ayudan a meditar y descubro una vez más a las personas solas, cerradas con tantísimas llaves en sí mismas, huérfanas de segundos, presas del reloj. Como si se encontraran insertas en una búsqueda profunda que los mantiene frustrados desde la juventud. Como si se hubiesen resignado.
Ya conocen, ya no sueñan, ya no se embriagan con imposibles.
Observo en esa adolescente con uniforme y peinado raro, una cenicienta que espera agobiada a un príncipe azul que se niega a aparecer. En esa esposa, fantasías con un viejo amor de la infancia y en aquel viejo lleno de canas, añoranza hacia un mundo mejor. Todos desean y aquellos deseos, de alguna manera, intentan ayudarlos a respirar, intentan mantenerlos vivos.
Ellos, se disfrazan frente a la rutina, y la consumen. No se detienen a pensar que esto ocurre una sólo vez y que un día acaba, que tiene irremediablemente un fin.
Continúan, entiendo por sobre todo que es su única opción para subsistir.
Queman puchos en las veredas y Clarín en los bares, y hasta me atrevo a decir que probablemente aquellos vicios sean su única y patética compañía.
Se alimentan a destiempo, se pelean con la almohada, sueñan con Sabina y otra vez la misma rutina.
Me pregunto si yo fui así los días anteriores y le prometo a mi corazón un cambio.
¿Quién les avisa que esto se acaba un día, que el tiempo es un bastardo, que la rutina nos aplasta, que vale darle un cambio? ¿Es mucho trabajo cambiar los obstáculos del día, amigarte con otras calles, regalarte otros lugares? ¿Por qué ese miedo a llenarse el alma con estrellas y no con tabaco? ¿Te atreverías a gritarle todos los días a esa persona que la amas profundamente? ¿Por qué no ser agraciados, sonreír por estar vivos? ¿Por qué postergar si el terreno del mañana es demasiado incierto?
¿Acaso el tiempo se congela?
Cuéntenles, por favor, que no todo está perdido. Que las cosas pueden cambiar si les ponemos otro color. Cuéntenles, señores, que ‘para siempre’ es simplemente una hermosa utopía que no hace más que mantenernos inmóviles durante el inocuo desperdicio del tiempo.
Quizás mi utopía sea aún muchísimo más inmensa, pero en la mía se respira, se disfruta, se coexiste.

jueves, 9 de octubre de 2008

Había indefectiblemente sobre su plato un menú extraño llamado vida. La recorría con utensilios brillantes, la observaba, la olía, la masticaba, la saboreaba y luego la escupía sobre el papel. Al momento de masticar, siempre la mejor parte era la noche, se sentía más dulce. Algunas veces se moría de sed con días muy salados, pero en su copa de cristal no faltaba el agua para extinguir aquella molesta sensación. Degustó también momentos agridulces, donde indudablemente existían dos lados.
Sin importar el sabor debía digerirlos, no contaba con otra opción.

lunes, 6 de octubre de 2008

Ningún motivo posible lograba detenerlo. Un sistema motriz especialmente desarrollado le facilitaba recorrer aquella carretera interminable y, a su vez, un par de pulmones de hierro. Unos ojos húmedos presos del horizonte y el cutis, colmado de gotas tibias y frágiles, desplazándose tan atropelladas como sus piernas. Gracias a su pescuezo se oía exageradamente el dificultoso transitar del aire y en su sangre, cero negativo, yacía la desesperación.
Era consciente de que detenerse indicaba rendirse y su ‘valentía’, aunque no sea más que una inmensa cobardía disfrazada, no iba a permitirlo. No lo haría, jamás.
Era esclavo de aquella carretera.
Sus huesos quizás se estén desgranando y su sangre se encuentre literalmente licuada y hasta sus pulmones derrotados. Indistintamente seguiría, aunque aquella escena le valga la vida.
Se mente, mientras corría, no tuvo mejor idea que recordarle momentos felices de una infancia lejana, mientras jugaba a la bolilla con su vecino, cuando competía con su padre en el truco y hasta la vez que conoció el mar y sus ojos se llenaron instantáneamente de la más sincera tranquilidad, y sintió, en ese instante, lo simple que era vivir en aquel momento. También, inundaron su mente, capítulos de las noches descontroladas, cuando apenas era un adolescente con granos y todo era descubrimiento. Recordó, al mismo tiempo, la familia que estaba fabricando con tanto esfuerzo y los hermosos chiquitos de su sangre que ama más que a su propia vida.
Aquellos repasos, unos pulmones resentidos y el aire desabrido que inundaba su cuerpo, le daban fuerza al corazón y éste, al mismo tiempo, a sus extremidades.
El sol se posaba firme sobre su blanquecina piel de seda y le cerraba las pupilas. Necesitaba un par de lentes, una bolsa de oxígeno, un gran vaso de agua y unas neuronas independientes, pero no había tiempo como para añorar imposibles, tampoco aceptaba las alternativas.
En aquel momento no contaba más que con pasos firmes, fugaces, seguros…
Sentía una aguda impotencia en el pecho, como nunca antes había tenido oportunidad de apreciar en carne propia y un odio profundo hacia el adolescente que fue. Aún así, seguiría.
Su mente retorcida no excluía el momento, no lo salvaba de la situación. Se encargaba, vanamente, de acotar sobre su estúpido presente irremediable, sobre la boludez humana, sobre la falta de neuronas, sobre su falta de neuronas.
La carretera era constante, rutinaria. Todos y cada uno de los días atacaba a sus neuronas con grandes dosis de tabaco y entonces, con éste, derrumbaba su vida.
De cualquier manera, iba a seguir.

viernes, 3 de octubre de 2008

Cansancio se llamaban cada una de las gotas que corrían por sus venas. Cansancio era la única causa de aquel rostro deteriorado. Cansancio era ese cabello despeinado.
Cansancio en los huesos, en la piel y en los poros. Cansancio en las pupilas. Cansancio también en aquellas uñas carcomidas.
Los años que tenía encima le pesaban y estaba harta de desear que éstos descendiesen para encontrarse nuevamente con la felicidad en las pequeñas cosas.
Sí, aquel no era más que un estupendo deseo idiota que jamás se realizaría, pero así era ella,
soñaba incansablemente por la euforia de lo maravilloso, pero luego se chocaba con la frustración del irresuelto.
Se hundía por momentos en los recuerdos que coleccionaba su mente, un dolor intenso congelaba su cuerpo y un sonido interno continuaba latiendo.