Amarrada al hilo de su mirada, te encontrabas aquella noche de otoño. Una mirada inquieta y joven, excedida de inseguridades. Tus pupilas, en cambio, no podían estar más seguras.
Soportaste hasta lo insoportable por sentirte dueña, aunque sea por un instante, del laberinto de su vida. Eras capaz de regalarle tu mundo por migajas del suyo. Estabas obsesionada, mientras yo no hacía más que observarte con un poco de bronca y otro de lástima. Me dolía verte en ese estado (me duele), tenía ganas de gritarte un millón de verdades, pero mantenía silencio. Supe que de cualquier manera no ibas a escucharme. Te brillaban los ojos.
No te merecía y aunque el verbo está en pasado, incluso hoy no logra hacerlo.
Personalmente, le receto golpes y sobre todo años.
Soportaste hasta lo insoportable por sentirte dueña, aunque sea por un instante, del laberinto de su vida. Eras capaz de regalarle tu mundo por migajas del suyo. Estabas obsesionada, mientras yo no hacía más que observarte con un poco de bronca y otro de lástima. Me dolía verte en ese estado (me duele), tenía ganas de gritarte un millón de verdades, pero mantenía silencio. Supe que de cualquier manera no ibas a escucharme. Te brillaban los ojos.
No te merecía y aunque el verbo está en pasado, incluso hoy no logra hacerlo.
Personalmente, le receto golpes y sobre todo años.