Un mismo amanecer, sólo que junto a la despedida efímera de una rutina que ya es pasado y la bienvenida inexorable a su nueva improvisación. La soledad de las calles repercute en el alma, como una foto vieja que opaca la retina.
Restos de suspiros cotidianos, el recuerdo de un cielo distinto, cenizas que caen sobre nosotros.
Algo así como encontrarse con uno mismo, tomar conciencia del existencialismo, respirar pacíficamente –al menos una vez-, desconectarse un momento de lo frívolo y superficial, para entonces pensar y sentir aquello que por vivir corriendo hemos postergado.
La ausencia, la melancolía, el tedio, la tristeza, el cansancio, la resaca, el silencio: todos estos sentimientos, incluso el color gris y los poemas de amor, deberían llamarse Domingo.