Su vida, como la de todos, cuenta con infinitos detalles íntimos que quizás para ajenos resulten extraños, muchísimos serían incapaces de entenderlo, sin embargo ella vive segura, intentando vanamente borrar su pasado, sabiendo perfectamente que los hechos no cuentan con vuelta atrás y que correctos o no, se había entregado completamente al impulso de su alma.
Haciendo una mirada al pasado podemos observar claramente una mancha incandescente en su adolescencia de la mano de un rubio exagerado. Lo cierto es que aquel jovencito, ya transformado íntegramente en un hombre, se encargó lentamente de volarle la cabeza, de rasgarle el corazón y arañarle las entrañas.
Se enamoró completamente de él, hasta el extremo de aguantarse el dolor que le envenenaba la sangre, cada vez que éste decidía regalarle un mal instante. Con el correr del tiempo la relación se desgastaba perseverantemente, quizás por la agobiante rutina, y acabó, de manera irreversible, aquella primavera en la que él decidió pagarle con una moneda que ella nunca entregó.
A pesar de todo el sufrimiento que aquello le ocasionaba, aceptó a duras penas el segundo lugar, asumiendo que era la única manera de no alejarse del amor, ‘no afortunado’, de su vida.
Terminaban en algún hotel alguna noche, de vez en cuando y aún así, sabiendo que durante el día tendría soledad, se conformaba únicamente con esas madrugadas en las que olvidaban el mundo, entendiendo por sobre todas las cosas que no era suyo, que no le pertenecía.
Algunas veces ella también intentaba conocer otras almas, experimentar otra carne. Buscaba sustento en cada cama y finalizaba siempre en el mismo sitio, como una eterna enamorada de quien no la merecía.
Se sentía usada a veces y otras tantas lo sentía muy poca cosa.
Vivió, con y sin él, infinitos momentos que permanecen tallados fuertemente en su historia, para siempre en su memoria.
Muchísimas madrugadas las pasó en vela, pensándolo, derramando algunas lágrimas y odiando esta vida, la que le ha tocado. Algunas otras lo cargaba en su coche, le regalaba espontaneidades y acababan de la única forma que podían acabar, desnudos hasta el amanecer.