domingo, 2 de noviembre de 2008

Principio de una historia cualquiera.

Caminaba constantemente hacia donde el viento, el instinto o sus piernas le indicaban. Se encontraba libre de responsabilidades, exhausta y, al mismo tiempo, disfrutaba de la más deliciosa tranquilidad. Desprendía, mientras marchaba, un paso y, tras ese, otro más y otro. Se observaban seguros, lentos, reflexivos, enigmáticos. Como si le hubiese obsequiado el destino a sus extremidades, como si su futuro fuese, en aquel atardecer, lo que menos interesaba.
Cargaba, sobre su hombro, una mochila de cuero color rojiza, completamente despilfarrada pero sentimentalmente valiosa. La consumaban objetos indispensables como un abrigo, por si el mundo decidía enfriar, su cámara fotográfica, para perpetuar hasta el lugar más recóndito, y la última colonia de Cartier, simplemente porque amaba las fragancias. Además llevaba algunos libros de García Márquez y puñados de incertidumbre.
Había llegado prácticamente a la rota calle, frente a aquel distinguido puente romántico donde la ciudad concluye, sin embargo, no estaba rendida, observó inmutablemente aquel farol agrietado y optó por seguir.
En sus ojos se descubría una asombrosa paz interior, extrañamente vista en una ciudad como Buenos Aires, donde la sobredosis de belleza es codificada con el desconcierto cotidiano.
Carmela circulaba entre la gente, como siempre pero nunca lo hace. Esta vez no lo hizo a las corridas, tampoco llevo el reloj ni el móvil, esta vez logró observarlos y los encontró vacíos, presos de rutinas agobiantes que les desnucaban minuto a minuto los sueños.
El día se dejaba vencer ante la oscuridad de la noche y se hallaban lejos las ganas de regresar a su departamento en Parque Avellaneda, tanto como el lugar mismo. Era muy valiente, no le temía ni las tinieblas, ni a la soledad, ni mucho menos a la gran inseguridad que radicaba en una ciudad tan eterna. Se sentía radiante, libre, no me atrevo a decir que feliz.
No estaba al tanto de la hora, conocía únicamente el frío y las penumbras. La calle por la que transitaba se encontraba desierta, insólitamente despoblada. Esquinando la vista supo que era Campos Salles y que debía encontrar un lugar en el cual situarse a ver las estrellas. Para felicidad de sus piernas tropezó enseguida con un banquito veterano, pero en el que conseguía afirmarse. Descansó un momento en aquella zona, embriagándose con un sinnúmero de estrellas brillantes, hermosas…
Al observarla, cualquiera especularía que Carmela no era una mujer estándar y liberarían, en su honor, insulsos calificativos malgastados. Quizás no se equivoquen y ella sepa apreciar lo maravilloso.
Allí mismo encendió un cigarrillo y sin querer entenderlo liberó una lágrima. Al cabo de un instante, se cubrió con su sobretodo enorme de hebra marrón, escurrió su rostro y continuó marchando.
Recuerdo que algunas horas antes de que decidiera cambiar de aire, la observé devastada, ahogada en una desidia imposible de llevar a cuestas. Supe que su inteligencia le consumía las ganas. Me contó que no comprendía al mundo, a pesar de saberse dueña de tantos septiembres. No supe qué refutar en aquel momento, quizás muy a mi pesar yo tampoco lo entendía. Nos ahogamos en un silencio impenetrable. Se me ocurrió sencillamente invitarla a transitar sobre el papel más cálido, más terapéutico, entre la curvatura de mis letras.

2 comentarios:

BLUEKITTY dijo...

Qué historia triste, pero como mucha gente en este mundo moderno lo logran hallar un lugar, no se identifican con el afuera. Como dice una canción del grupo británico Blur, "sociabilidad es algo difícil para mí, llevame léjos de este mundo malo y aceptá casarte conmigo y empezar de nuevo".

Saluditos.

Yuliana dijo...

Es una historia maravillosa como todas las que nos relatas vos. Triste, pero verosimil. Bastante habitual aunque no lo parezca. Aunque la gente no lo admita, bastante habitual.
Y la verdad que me encantño la ultima parte . Las letras MUCHAS veces nos pasan del peor de los estados al mejor. Nos hacen refleccionar, resolver nuestros problemas.
Las letras son el perfecto psicologo que lo llevá en la cartera.
Un beso Agos, segui asi.