Ningún motivo posible lograba detenerlo. Un sistema motriz especialmente desarrollado le facilitaba recorrer aquella carretera interminable y, a su vez, un par de pulmones de hierro. Unos ojos húmedos presos del horizonte y el cutis, colmado de gotas tibias y frágiles, desplazándose tan atropelladas como sus piernas. Gracias a su pescuezo se oía exageradamente el dificultoso transitar del aire y en su sangre, cero negativo, yacía la desesperación.
Era consciente de que detenerse indicaba rendirse y su ‘valentía’, aunque no sea más que una inmensa cobardía disfrazada, no iba a permitirlo. No lo haría, jamás.
Era esclavo de aquella carretera.
Sus huesos quizás se estén desgranando y su sangre se encuentre literalmente licuada y hasta sus pulmones derrotados. Indistintamente seguiría, aunque aquella escena le valga la vida.
Se mente, mientras corría, no tuvo mejor idea que recordarle momentos felices de una infancia lejana, mientras jugaba a la bolilla con su vecino, cuando competía con su padre en el truco y hasta la vez que conoció el mar y sus ojos se llenaron instantáneamente de la más sincera tranquilidad, y sintió, en ese instante, lo simple que era vivir en aquel momento. También, inundaron su mente, capítulos de las noches descontroladas, cuando apenas era un adolescente con granos y todo era descubrimiento. Recordó, al mismo tiempo, la familia que estaba fabricando con tanto esfuerzo y los hermosos chiquitos de su sangre que ama más que a su propia vida.
Aquellos repasos, unos pulmones resentidos y el aire desabrido que inundaba su cuerpo, le daban fuerza al corazón y éste, al mismo tiempo, a sus extremidades.
El sol se posaba firme sobre su blanquecina piel de seda y le cerraba las pupilas. Necesitaba un par de lentes, una bolsa de oxígeno, un gran vaso de agua y unas neuronas independientes, pero no había tiempo como para añorar imposibles, tampoco aceptaba las alternativas.
En aquel momento no contaba más que con pasos firmes, fugaces, seguros…
Sentía una aguda impotencia en el pecho, como nunca antes había tenido oportunidad de apreciar en carne propia y un odio profundo hacia el adolescente que fue. Aún así, seguiría.
Su mente retorcida no excluía el momento, no lo salvaba de la situación. Se encargaba, vanamente, de acotar sobre su estúpido presente irremediable, sobre la boludez humana, sobre la falta de neuronas, sobre su falta de neuronas.
La carretera era constante, rutinaria. Todos y cada uno de los días atacaba a sus neuronas con grandes dosis de tabaco y entonces, con éste, derrumbaba su vida.
De cualquier manera, iba a seguir.
Era consciente de que detenerse indicaba rendirse y su ‘valentía’, aunque no sea más que una inmensa cobardía disfrazada, no iba a permitirlo. No lo haría, jamás.
Era esclavo de aquella carretera.
Sus huesos quizás se estén desgranando y su sangre se encuentre literalmente licuada y hasta sus pulmones derrotados. Indistintamente seguiría, aunque aquella escena le valga la vida.
Se mente, mientras corría, no tuvo mejor idea que recordarle momentos felices de una infancia lejana, mientras jugaba a la bolilla con su vecino, cuando competía con su padre en el truco y hasta la vez que conoció el mar y sus ojos se llenaron instantáneamente de la más sincera tranquilidad, y sintió, en ese instante, lo simple que era vivir en aquel momento. También, inundaron su mente, capítulos de las noches descontroladas, cuando apenas era un adolescente con granos y todo era descubrimiento. Recordó, al mismo tiempo, la familia que estaba fabricando con tanto esfuerzo y los hermosos chiquitos de su sangre que ama más que a su propia vida.
Aquellos repasos, unos pulmones resentidos y el aire desabrido que inundaba su cuerpo, le daban fuerza al corazón y éste, al mismo tiempo, a sus extremidades.
El sol se posaba firme sobre su blanquecina piel de seda y le cerraba las pupilas. Necesitaba un par de lentes, una bolsa de oxígeno, un gran vaso de agua y unas neuronas independientes, pero no había tiempo como para añorar imposibles, tampoco aceptaba las alternativas.
En aquel momento no contaba más que con pasos firmes, fugaces, seguros…
Sentía una aguda impotencia en el pecho, como nunca antes había tenido oportunidad de apreciar en carne propia y un odio profundo hacia el adolescente que fue. Aún así, seguiría.
Su mente retorcida no excluía el momento, no lo salvaba de la situación. Se encargaba, vanamente, de acotar sobre su estúpido presente irremediable, sobre la boludez humana, sobre la falta de neuronas, sobre su falta de neuronas.
La carretera era constante, rutinaria. Todos y cada uno de los días atacaba a sus neuronas con grandes dosis de tabaco y entonces, con éste, derrumbaba su vida.
De cualquier manera, iba a seguir.
3 comentarios:
"Fumar es una forma de suicidarse de a poco."
Yo lo entendi.
Agos perdona a esta persona q no entiiende ,Pero bueno. Ahora q me diijiste lo releii y lo entendii .
Te quiero mucho amiiga,!
Ahora ya estoy al diia, leii todo !
Seguii con esto que es lo tuuyo :)
Un besote enorme, nos vemos mañana.
Que difícil es dejar de fumar. Lo he intentado una y otra vez y siempre vuelvo. O puedo decir también que en realidad es tan fácil, porque a diario lo hago. Diario dejo de fumar, por desgracia al día siguiente vuelvo a caer.
Publicar un comentario