Se encontraban siempre en aquellas galerías eternas con techos altos luego de oír la campana a las y cuarto cada dos horas. Después, cada vez que acaba su carga horaria, se iban juntos al primer bar de la zona a saborear, él un cortado, y ella un submarino inmenso para apaciguar las cosquillas que revolucionaban su estómago, de paso se burlaban de algunos profesores, sus voces, sus peinados y sus pésimos humores. Acostumbraban a decir que su causa era plenamente la noche anterior y soltaban una carcajada cómplice, mientras sus ojos les transmitían un brillo innato que transformaba en evidente lo que llevaban dentro. Era cierto, morían de amor, demasiado para dos jóvenes con uniforme, pero no interesaba, aquello no le interesaba a sus pequeñas almas.
Cargaban con cuatrocientas sesenta y cinco lunas, algo así como un año y algunos meses.
Conocieron la felicidad en las pequeñas cosas, tenían en el corazón ineludiblemente el cariño que el otro le suministraba entonces nada conseguía opacarlos.
Juan ya no coleccionaba mujeres de una noche, desde que conoció a Cata, como a él le gustaba llamarla, cambió completamente. Dejo de ser un amante de la noche, los amigos y el alcohol, eso ya no lo llenaba, no lo necesitaba.
Catalina era una jovencita inocente y dulce, que siempre idealizo al amor de una forma única hasta saber imposible la manera de encontrarlo, entendiendo los pensamientos de la época.
El cielo, dios o la vida les jugo una extraordinaria pasada entonces les regalo la oportunidad de conocerse y poder disfrutar de una hermosa felicidad.
Juntos crecieron vertiginosamente, conocieron lo desconocido abandonando los miedos en un costado del camino.
Juan cursaba su último año de secundaria, a Catalina todavía le faltaban dos. Él soñaba con emprender sus estudios en Londres, además sus padres pretendían que así fuese. Ella simplemente quería conocer el comportamiento humano e intentar sanar la dinámica mente de las personas. Pero aquellos eran simplemente planes a futuro, un futuro que no imaginaban tan cercano.
Estando tan enamorados y radiantes sus días se consumían rápidamente y con mayor intensidad. Ninguno se detuvo a pensar que el año empezaba a culminar y Juan acababa el colegio, entonces cuando cayeron en la cuenta fue una sorpresa enorme para ambos.
Eran conscientes de que iban a estar un tanto más distanciados, sin embargo no imaginaban que la distancia escondía un océano.
Cuando los papás de Juan le informaron que debía viajar para continuar sus estudios en el otro continente, desgarraron cada uno de sus sentidos, sentían que el mundo comenzaba a derrumbarse y que ya no iban a ser capaces de sobrevivir, Catalina no toleraba el dolor que corría por sus venas, pero existen cosas que no tienen vuelta atrás y su partida era una de ellas.
Al quedar en soledad y al borde del abismo, Cata se negó a observar la luz del día y ya ni comía. Se encontraba pálida, con ojos hinchados por tantas lágrimas y una anorexia emocional que preocupaba muchísimo a sus padres. Se sentía como nunca se había sentido en su vida, devastada. Estaba ahogada en la desidia, literalmente extenuada.
Transcurrió el verano de aquella forma y ni siquiera un profesional consiguió ayudarla. Lloraba continuamente hasta deshidratarse, hasta que sin querer quedaba dormida.
Estaban por terminar los tres meses de vacaciones y no había salido de su habitación, cada día era peor que el anterior y le decía a su mamá que ya no tenía ganas de vivir, confesión muy dura para una jovencita de apenas dieciséis años.
Luego de los tres meses más dolorosos de su corta vida debía continuar con su única responsabilidad, los estudios. Juntaba fuerzas cada nuevo día para regalar sonrisas incrédulas y su excelente nivel decayó notablemente. Nadie iba a entender la causa, por la más tradicional incapacidad humana, la de abstraerse y observar, todos continuaban felices con sus vidas y reinaba el individualismo.
La jovencita necesitaba a Juan para respirar, sin embargo cualquiera pensaría que era un simple ‘mal de amores’ digno de la edad que, por supuesto, no tardaría en acabar.
Lo cierto es que no entendían absolutamente nada, se sufre de igual manera con o sin arrugas.
Catalina no vivió aquel año, lo murió. Moria cotidianamente pensando en Juan.
Al regresar nuevamente los días libres de verano, y sin noticias de él, sus seres queridos y el psicoanalista que la atormentaba casi tanto como los recuerdos, le aconsejaron que retome la vida argumentando que la inercia no la conducía a ningún lugar. Entonces de a poco comenzó a salir con amigos, después de tanto tiempo, tragándose los nudos de su frágil garganta y respirando hondo, solamente para conformarlos. Sabía, en lo más profundo, que su familia sufría casi tanto como ella.
Algunos sábados iban a bailar, otros a tomar algo. Hasta que sorpresivamente lograba, por momentos, despojarse del peso de Juan.
Aquel principio de bienestar crecía lentamente y le permitía asumir que cada círculo tiene su fin, como le explicaba reiteradamente su psicoanalista.
Aunque lloraba algunas noches, también sonreía sinceramente de vez en cuando y ese era un gran avance para un corazón tan demolido.
Hacia ya un año que no veía a su novio y había aprendido a convivir con el dolor.
El tiempo corría ferozmente tras las agujas del reloj y ella intentaba con todas sus fuerzas luchar contra su corazón, que inútilmente destrozaba su cabeza.
Aquella experiencia vivida le regalo, además de un sufrimiento insoportable, aprendizaje y crecimiento. Fue entendiendo, poco a poco, que el mundo no renunciaba a su giro por muy inmenso que sea su dolor. Entonces siguió viviendo porque comprendió que era su única alternativa. Afortunadamente no contaba con el valor necesario para suicidarse.
Le tocó continuar transitando como una adolescente ensimismada, llenando hojas, conociendo bares, observando por la ventana los días en que la lluvia se atrevía a caer, y viajando a un sitio apartado, imposible de suponer, en complicidad con su mente.
En el camino se cruzaron otras almas, algunas sonrisas, muchos altibajos, noches de descontrol y amaneceres frente al mar. Saboreo tantas bocas y compartió tantas camas inútilmente deseando tropezarse con su Juan. Intento encontrarlo en alguna esquina de su ciudad de pocas luces y sobrevivió a cada nueva desilusión.
Asimiló lo recorrido y aprendió a convivir con el corazón vacío y una simpatía intacta, regalando besos por diversión y monerías por un desamor.
Es una muchachita fuerte, decían los ajenos, y debo confesar que afortunadamente no existe suponer más incuestionable.
Siempre se mantuvo con la mirada en alto, intentando ocultar lo inocultable, olvidando que los ojos transmiten.
Juan, por su lado, disfrutaba de su independencia en una ciudad tan hermosa como Londres, tenía nuevos amigos y se sentía muy cómodo en aquel lugar. Ya prácticamente acababa su carrera universitaria y haciendo una mirada hacia algunos años atrás era inevitable recordar a Cata. Sin embargo, en Londres había vivido una intensa historia con una española carismática que se dedicaba a la actuación.
En menos de un año regresaría a Buenos Aires, a su pasado y a todo aquello que dejó de lado en Argentina la madrugada que debió partir. En Londres se olvidaría algunos británicos simpáticos, la imagen del Big-Ben que de todos modos quedaría gravada eternamente en su retina y una morocha extrovertida que lo despediría hasta la próxima vida, si es que hay una próxima.
Cualquier despedida requiere soportar una sobredosis de nostalgia que quizás te inquiete demasiado tiempo, pero de eso se trata este desierto, como decía el psicoanalista de Cata, no es más que un constante cierre de capítulos que debemos asumir tolerando cualquier pena o bronca que se nos presente.
Su regreso a Buenos Aires fue emocionante para los que cada día lo extrañaron, él se sentía inaudito, ya que aquella bienvenida implicaba una despedida, asimismo era consciente que una parte de él permanecería en las extensas y fascinantes calles de Londres.
Luego de saludar a familiares y recibir tantos halagos y felicitaciones por haberse convertido en un ingeniero atómico, algo dentro de él le decía que decía visitar a Catalina, aceptando cualquier reacción. Entonces decidió dejarse llevar por sus impulsos, como acostumbraba.
Al oír el timbre Cata se dirige con la paciencia que la caracterizaba a atender, sorpresivamente se siente extraña, como si intuyera algo, como si su vida no fuera más que un simple cuento escrito por una adolescente medio loca.
Aquel milisegundo en el que volteo la puerta fue el único testigo del encuentro, del pasado con el que cargaban, del dolor que los amenazaba y por supuesto de dos seres que se necesitaron desesperadamente cada segundo que los aniquilaba.
Cargaban con cuatrocientas sesenta y cinco lunas, algo así como un año y algunos meses.
Conocieron la felicidad en las pequeñas cosas, tenían en el corazón ineludiblemente el cariño que el otro le suministraba entonces nada conseguía opacarlos.
Juan ya no coleccionaba mujeres de una noche, desde que conoció a Cata, como a él le gustaba llamarla, cambió completamente. Dejo de ser un amante de la noche, los amigos y el alcohol, eso ya no lo llenaba, no lo necesitaba.
Catalina era una jovencita inocente y dulce, que siempre idealizo al amor de una forma única hasta saber imposible la manera de encontrarlo, entendiendo los pensamientos de la época.
El cielo, dios o la vida les jugo una extraordinaria pasada entonces les regalo la oportunidad de conocerse y poder disfrutar de una hermosa felicidad.
Juntos crecieron vertiginosamente, conocieron lo desconocido abandonando los miedos en un costado del camino.
Juan cursaba su último año de secundaria, a Catalina todavía le faltaban dos. Él soñaba con emprender sus estudios en Londres, además sus padres pretendían que así fuese. Ella simplemente quería conocer el comportamiento humano e intentar sanar la dinámica mente de las personas. Pero aquellos eran simplemente planes a futuro, un futuro que no imaginaban tan cercano.
Estando tan enamorados y radiantes sus días se consumían rápidamente y con mayor intensidad. Ninguno se detuvo a pensar que el año empezaba a culminar y Juan acababa el colegio, entonces cuando cayeron en la cuenta fue una sorpresa enorme para ambos.
Eran conscientes de que iban a estar un tanto más distanciados, sin embargo no imaginaban que la distancia escondía un océano.
Cuando los papás de Juan le informaron que debía viajar para continuar sus estudios en el otro continente, desgarraron cada uno de sus sentidos, sentían que el mundo comenzaba a derrumbarse y que ya no iban a ser capaces de sobrevivir, Catalina no toleraba el dolor que corría por sus venas, pero existen cosas que no tienen vuelta atrás y su partida era una de ellas.
Al quedar en soledad y al borde del abismo, Cata se negó a observar la luz del día y ya ni comía. Se encontraba pálida, con ojos hinchados por tantas lágrimas y una anorexia emocional que preocupaba muchísimo a sus padres. Se sentía como nunca se había sentido en su vida, devastada. Estaba ahogada en la desidia, literalmente extenuada.
Transcurrió el verano de aquella forma y ni siquiera un profesional consiguió ayudarla. Lloraba continuamente hasta deshidratarse, hasta que sin querer quedaba dormida.
Estaban por terminar los tres meses de vacaciones y no había salido de su habitación, cada día era peor que el anterior y le decía a su mamá que ya no tenía ganas de vivir, confesión muy dura para una jovencita de apenas dieciséis años.
Luego de los tres meses más dolorosos de su corta vida debía continuar con su única responsabilidad, los estudios. Juntaba fuerzas cada nuevo día para regalar sonrisas incrédulas y su excelente nivel decayó notablemente. Nadie iba a entender la causa, por la más tradicional incapacidad humana, la de abstraerse y observar, todos continuaban felices con sus vidas y reinaba el individualismo.
La jovencita necesitaba a Juan para respirar, sin embargo cualquiera pensaría que era un simple ‘mal de amores’ digno de la edad que, por supuesto, no tardaría en acabar.
Lo cierto es que no entendían absolutamente nada, se sufre de igual manera con o sin arrugas.
Catalina no vivió aquel año, lo murió. Moria cotidianamente pensando en Juan.
Al regresar nuevamente los días libres de verano, y sin noticias de él, sus seres queridos y el psicoanalista que la atormentaba casi tanto como los recuerdos, le aconsejaron que retome la vida argumentando que la inercia no la conducía a ningún lugar. Entonces de a poco comenzó a salir con amigos, después de tanto tiempo, tragándose los nudos de su frágil garganta y respirando hondo, solamente para conformarlos. Sabía, en lo más profundo, que su familia sufría casi tanto como ella.
Algunos sábados iban a bailar, otros a tomar algo. Hasta que sorpresivamente lograba, por momentos, despojarse del peso de Juan.
Aquel principio de bienestar crecía lentamente y le permitía asumir que cada círculo tiene su fin, como le explicaba reiteradamente su psicoanalista.
Aunque lloraba algunas noches, también sonreía sinceramente de vez en cuando y ese era un gran avance para un corazón tan demolido.
Hacia ya un año que no veía a su novio y había aprendido a convivir con el dolor.
El tiempo corría ferozmente tras las agujas del reloj y ella intentaba con todas sus fuerzas luchar contra su corazón, que inútilmente destrozaba su cabeza.
Aquella experiencia vivida le regalo, además de un sufrimiento insoportable, aprendizaje y crecimiento. Fue entendiendo, poco a poco, que el mundo no renunciaba a su giro por muy inmenso que sea su dolor. Entonces siguió viviendo porque comprendió que era su única alternativa. Afortunadamente no contaba con el valor necesario para suicidarse.
Le tocó continuar transitando como una adolescente ensimismada, llenando hojas, conociendo bares, observando por la ventana los días en que la lluvia se atrevía a caer, y viajando a un sitio apartado, imposible de suponer, en complicidad con su mente.
En el camino se cruzaron otras almas, algunas sonrisas, muchos altibajos, noches de descontrol y amaneceres frente al mar. Saboreo tantas bocas y compartió tantas camas inútilmente deseando tropezarse con su Juan. Intento encontrarlo en alguna esquina de su ciudad de pocas luces y sobrevivió a cada nueva desilusión.
Asimiló lo recorrido y aprendió a convivir con el corazón vacío y una simpatía intacta, regalando besos por diversión y monerías por un desamor.
Es una muchachita fuerte, decían los ajenos, y debo confesar que afortunadamente no existe suponer más incuestionable.
Siempre se mantuvo con la mirada en alto, intentando ocultar lo inocultable, olvidando que los ojos transmiten.
Juan, por su lado, disfrutaba de su independencia en una ciudad tan hermosa como Londres, tenía nuevos amigos y se sentía muy cómodo en aquel lugar. Ya prácticamente acababa su carrera universitaria y haciendo una mirada hacia algunos años atrás era inevitable recordar a Cata. Sin embargo, en Londres había vivido una intensa historia con una española carismática que se dedicaba a la actuación.
En menos de un año regresaría a Buenos Aires, a su pasado y a todo aquello que dejó de lado en Argentina la madrugada que debió partir. En Londres se olvidaría algunos británicos simpáticos, la imagen del Big-Ben que de todos modos quedaría gravada eternamente en su retina y una morocha extrovertida que lo despediría hasta la próxima vida, si es que hay una próxima.
Cualquier despedida requiere soportar una sobredosis de nostalgia que quizás te inquiete demasiado tiempo, pero de eso se trata este desierto, como decía el psicoanalista de Cata, no es más que un constante cierre de capítulos que debemos asumir tolerando cualquier pena o bronca que se nos presente.
Su regreso a Buenos Aires fue emocionante para los que cada día lo extrañaron, él se sentía inaudito, ya que aquella bienvenida implicaba una despedida, asimismo era consciente que una parte de él permanecería en las extensas y fascinantes calles de Londres.
Luego de saludar a familiares y recibir tantos halagos y felicitaciones por haberse convertido en un ingeniero atómico, algo dentro de él le decía que decía visitar a Catalina, aceptando cualquier reacción. Entonces decidió dejarse llevar por sus impulsos, como acostumbraba.
Al oír el timbre Cata se dirige con la paciencia que la caracterizaba a atender, sorpresivamente se siente extraña, como si intuyera algo, como si su vida no fuera más que un simple cuento escrito por una adolescente medio loca.
Aquel milisegundo en el que volteo la puerta fue el único testigo del encuentro, del pasado con el que cargaban, del dolor que los amenazaba y por supuesto de dos seres que se necesitaron desesperadamente cada segundo que los aniquilaba.
12 comentarios:
sus ojos les transmitían un brillo innato que transformaba en evidente lo que llevaban dentro. Era cierto, morían de amor, demasiado para dos jóvenes con uniforme
Me qede ahi y ya no segui leyendo, lo hare ahora, pero me qede con ese estracto porque simplemente asi es lo que siento, y no puedo sentirlo de otra forma, quizas sea porque aun son una chica en uniforme... pero esos amores son los que nos enseñan lo que es el mundo, lo que vale la pena, lo que es la vida, lo que son los sentimientos, ese es el unico verdadero amor.
La jovencita necesitaba a Juan para respirar, sin embargo cualquiera pensaría que era un simple ‘mal de amores’ digno de la edad que, por supuesto, no tardaría en acabar.
Lo cierto es que no entendían absolutamente nada, se sufre de igual manera con o sin arrugas.
Y eso es lo que olvida todo el mundo. Cuando sos adolescente, todo amor es puro. Vos pensás que es lo más grande que hay, que nunca te vas a volver a sentir asi, y estamos en lo cierto. No hay amor como el adolescente. Tiene cierta inocencia, ingenuidad, vivís el momento y pensás que es para toda la vida. Es increíble la verdad.
Y hablando de lo de vieja, mucha gente (me incluyo) confunde sabiduría con años, obviamente no es tu caso, acá la genia sos vos, Agos. Un beso, que estés excelente.
Me leí toda la historia , es hermosa, escribís muy bien, me encantó esta parte:
''Nadie iba a entender la causa, por la más tradicional incapacidad humana, la de abstraerse y observar, todos continuaban felices con sus vidas y reinaba el individualismo.''
Me recuerda a muchos momentos en los que uno esta mal y todo parece irreal, la gente sigue riendose a tu alrededor y te sentis muy pequeñita como algo que ni siquiera existe para los demas.
Y es bueno que la lectura de algo (como es este texto) genere eso, eso quiere decir que tenés talento.
Quiero la continuacioooooooon!
Me encanto! felicitaciones!
Es sabido que uno mismo es el peor crítico. Yo no creo que Cortázar en la intimidad de su casa hubiera pensando: "La puta madre! Que groso que soy!" Asi que AGos, te lo pido por favor, si querés escribir, hacelo, yo voy a ser la primera en comprarte el libro porque estoy segura que valdría la pena.
Una cosa más, no minimices lo que escribís, porque pueden ser cosas típicas, cosas que la mayoría siente, pero lo reflejás con una prosa muy linda, digna de ser leida y me das una razón para pasar todos los días por tu blog. Sino no lo leería tanto y no estarías atrayendo a tanta gente. Me encanta como escribís, realmente.
La guitarra es lo más! Estuve tratando de aprender, pero me quedo con el bajo, ahora en un par de semanas me compro el mío y voy a empezar con un amigo, realmente te saca de la cabeza todo y empezás a delirar.
Ay, cómo me gusta esta historia :) . ¿Y qué pasó después? Yo también pido la continuación srita. Un besito.
es genial
me encanto, aparte de q la historia es hermosa, esta muy bien escrita.
es un placer leer cossas tan lindas de vez en cuando, paa darse cuenta d q no todos los adolescentes son unos idiotas q no piensan en nada mas q en boludeces; sino q hay personas como vo q escriben y tan bien
besitos
:)
Amiga, sos una capa! De verdad te digo, me encanto!! Por fin pude leerlo, ya tenia un indicio de cual era el argumento, pero me falataba el final.. Te felicito nena, me gusto muchisimo, aparte la forma de expresarte, de escribir.. No te hagas la humilde y creeme, hacele caso a una tonta.. Tenes mucha pasta amiga, aunque vos digas que te falta mucho, para mi sos excelente.. Seguí así.. Te quiero muchisimo.. Espero que la pasen muy bien hoy.. Besote
ME ENCANTÓ!
Muy lindo agostina....te felicito...me gusta tu estilo!! Adelante!
Besos...
Y si Juán no regresaba, la huella en Cata sería la misma. Amor de pura cepa, ese que se conserva. Muchos Catas y Juánes se estan recordando en este instante.
Buena vida!
Es una historia hermosa y la verdad no sé qué otra cosa se puede decir, no sé qué palabras puedo usar. Hermoso y triste. Pero y el final?? podés tirarnos una continuación?? ;)
saludos
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