miércoles, 29 de abril de 2009

Tus chicles de melón, mis inseguridades.

Era una de esas noches en las que te vas a dormir con ganas de no levantarte nunca más.
Se dejó caer inmediatamente en la cama y cubrió su cuerpo con sábanas que intentaban contenerla. Estaba harta, dolida, corría por sus venas la certeza del error, pero aún así después de tres o cuatro lágrimas pudo conciliar el sueño. La noche había sido larga y cargada de emociones. Abrumada se sintió cuando al abrir los ojos el calendario decía domingo. Podía predecir cómo acabaría, esos días siempre acaban igual. De cualquier manera, ni ella, ni nadie, contaba con otra alternativa que vivirlo, cueste lo que cueste.
Al recordar, estallaba. La ardía en la piel una bronca insostenible, bronca de sí misma, se odiaba por cometer tantos errores irreparables, se odiaba por huir, se odiaba porque en el fondo lo quería. Lo quería y, por sobre todo, lo necesitaba. Necesitaba alguien que se preocupe por ella, que le llene el móvil de besos y cotidianeidades, que la abrace, le escriba cartas y le regale chicles de melón. Necesitaba alguien que la sujete fuerte mientras llora aún cuando no comprenda el motivo y sin importar las manchas del delineador. Alguien con quien reírse de idioteces y caminar de la mano. Alguien a quien no le parezca estúpido escaparse un momento de la realidad.
Lo necesitaba, repito, tanto como a ese ejército de estrellas. Él, durante mucho tiempo, había perdido la dignidad, literalmente, por tenerla entre sus brazos. Sin embargo, a pesar de ser la dueña de sus noches, decidió apartarse de sus auxilios.
¿Por qué? Habría que preguntárselo, siempre huyó de la felicidad.

sábado, 11 de abril de 2009

Me ubico en el silencio porque en él encuentro un refugio, porque comprendo la incomprensión. Me ubico en el silencio porque las palabras no pretenden renacer, se estancan en una mente curiosa, subjetiva. Me ubico en el silencio porque me resulta más simple. Me ubico en el silencio porque me adelanto a la respuesta y porque elijo callar. Me ubico en el silencio porque a veces las palabras no alcanzan. Me ubico en el silencio porque siento demasiado.

jueves, 2 de abril de 2009

La misma repetición, las mismas estrellas.

Recuerdo que luché contra el cabello, el cual se encontraba más rebelde que nunca y comencé a caminar, lentamente, con la mirada perdida y pensando en quién sabe qué, en dirección a mi segunda casa, el colegio o como les guste llamarlo. En realidad esa escena ya se había repetido varias veces al día. Me encontré con mi hermana, amiga o como quieran llamarla y ya ni siquiera nos saludamos porque estábamos hartas, mutuamente, de nuestros rostros. Para ese entonces no existían las ganas, ni los temas de conversación. Media hora en colectivo, batata o como gusten llamarlo para finalmente llegar, apretujada y despeinada, a conversar sobre átomos y ecuaciones. Saludo con una sonrisa incrédula a mi compañera de banco y luego a la profesora, licenciada o como quieran llamarla, que nos regala un buen día y a lo que yo restablezco con un ‘¿qué tiene de bueno el día?’ o ‘Avisale a tu cara’. Sí, soy soberbiamente simpática. Entonces fluyen las horas, crece el dolor de cabeza y se extinguen completamente las ganas. Aniquilando el resumen de una rutina agitada, suena la campana, el timbre o como les guste llamarlo y descubro que en el cielo, casi sin darme cuenta, habían nacido las estrellas.