miércoles, 31 de marzo de 2010

Impulso barato.

Los sueños despavoridos corriendo por las venas de un alma que a veces pierde la esperanza. Las letras revoloteando en la cabeza exhausta que no aprende a dormir. La esencia, las entrañas arañadas. El reloj, la vida, este otoño. Todo eso y más también. Un pasado egoísta que sacude cada tanto una historia que pudo ser inmensa y hoy se redujo a un cigarrillo tras otro, que se consume tu respiración. La más cercana distancia. Las ganas, las ganas de, como dice Joaquín. La obsesión de escribir mil verdades suspendidas entre los huesos. El polvo de los libros y las páginas amarillas. Las rosas secas, también. Esa maldita imposibilidad que se transforma de a ratos en una gran frustración. Y de nuevo la vida, junto a la insoportable necesidad de mirarte a los ojos y entonces gritarte todas esas cosas que ya sabés y no puedo decirte.

domingo, 21 de marzo de 2010

Welcome to Otoño.

La ciudad en tonos sepia, se viste de otoño. Repleta de fragmentos desabridos de una vegetación que no hace mucho supo respirar. Y los árboles, absortos ante el tiempo que les toca, pierden el abrigo, para despojarse de un pasado que se extingue, para renacer. Algo así como les sucede a las personas, sólo que en ellos, no es cuestión de voluntad.

Y a nosotros nos exprime la nostalgia, nos arrastra, nos aprieta, nos estrangula. Transitamos hambrientos las callecitas de Ramallo, pisoteando los restos de un otoño que año a año parece ser el mismo, disfrutando del ruido que sólo nos permite oír una naturaleza desgarrada.

miércoles, 17 de marzo de 2010

En busca del cielo.

Me desperté aturdida, sentí que el cielo ya no estaba en el mismo lugar. Corrí hacia la ventana, me refregué los ojos, mientras que recordaba el sueño de la noche anterior.

La tranquilidad de Ramallo era idéntica a la de todas las mañanas. Eso me tranquilizaba un poco. Después me preparé un café -dicen que es malo fumar con el estómago vacío- al mismo tiempo que oía concentrada la golondrina que en el patio trasero ya se había despabilado horas antes. Me eché en la silla del comedor, rendida por el sueño, y mi pierna derecha se zarandeaba frenética contra mi voluntad. Observé el reloj, el maldito tiempo no me dejaba degustar el desayuno con calma, eran las diez y cuarto y estaba por perder el Bondi. Eso significaba llegar tarde al colegio y que me cataloguen como impuntual. Ninguna de las dos cosas me importaba un carajo en realidad. Preferí quedarme en casa a buscar el cielo, mi cielo, que se había perdido y lo necesitaba más que nunca.