domingo, 17 de enero de 2010

Recuerdo la historia de aquella locura…

Eran alrededor de las cinco de la mañana cuando Madrid empezaba a amanecer. En la radio Joaquin entonaba ‘Alla donde se cruzan los caminos’ y ella no tenía sueño sino la ardiente e inexorable necesidad de soledad. Fue allí mismo cuando se colgó la bandolera sobre su hombro cansado y salió a volar, no como las pájaros, de la manera que ella sabía hacerlo, más alto. Los edificios traían nostalgia, la extraña añoranza de aquello que hasta ese momento, resultaba imposible. Las preguntas existencialmente necesarias y no por eso menos angustiosas, esas certezas ineludibles para los de carne y hueso. Y entonces, cuando sus heridas parecían sangrar por los años, llegó el momento de llorar, repentinamente y sin motivos, aunque, inconcientemente, exahusta de ellos. Extrañaba a un desconocido, sí, era realmente una locura para los que creen en la cordura. Estaba lejos, triste, sola: buscando amor. Aferrada a una historia totalmente lejana a la realidad, a España, al humo, a esos caminos bohemios repletos de gallegos simpáticos. Necesitaba a un argentino que, luego del atlántico, en el otro continente, no sabía de su existencia y transitaba Buenos Aires apurado. Algunas veces hacía barquitos de papel y soñaba con ir a buscarlo por las callecitas porteñas, para decirle, entre la gente, que lo necesitaba para vivir . Otras, escribía su propia historia en un papel sólo para sentirse la protagonista de un cuento de amor donde exponía su tímido y loco deseo por un hombre que nunca conoció y que jamás supo de sus sueños, pero que, de cualquier manera, amaba con locura. Bendita sea la distancia capaz de consolitar tanta magia, maldita también la que provoca dolor.

lunes, 11 de enero de 2010

Me lo dijo tu mirada…

Hablamos de vez en cuando, a pesar de que hace un par de años nuestras cuerdas vocales dejaron de acariciarse, no sé por qué. Optamos por la magia de las pupilas a distancia, elegimos otro tipo de contacto, más profundo, quizás. No hay certezas en nuestros silencios, sólo miradas que gritan, que aniquilan, que me arañan el alma.

Todo es descontrol cuando es sábado y está de noche, cuando nos dejamos llevar por movimientos esporádicos e intentamos evadir la tristeza. Y ahí estamos nosotros, necios adolescentes del montón, mirándonos de casualidad, entre la gente. No hay palabras, no hay sonrisas, sólo la oscuridad de un pasado que entre esquinas y ternuras, parecía querer que vayamos de la mano.

Conmigo no necesitás palabras, tampoco aparentar, lo sé, estás triste, puedo sentirlo, porque la vida fue injusta con vos, me lo contaste aquella madrugada cuando me pedías que me mantenga lejos y, al mismo tiempo, que vaya a rescatarte.

Tranquilo, te dije, ya no soy aquella, ya crecí bastante, ya asumí, ya entendí, no me voy a acercar, sólo si me prometés que vas a volver a sonreír.

Nunca pretendí más que verte feliz, mi amor, aunque te extrañe horrores.