sábado, 29 de noviembre de 2008

No, no puedo. No me sale, no está a mi alcance. ¿Es tan difícil comprenderlo?
No, no entienden nada. No entienden porque no están dentro de mí. Adentro tengo simplemente un vacío existencial, un hueco que me perfora el estómago. ¿Cómo se hace? Es indestructible pero momentáneo. Y vuelve, después vuelve a alojarse en el mismo sitio, en ese mismo. Se adueñó de mi vida y ahora no puedo dispararlo, me asusta la imposibilidad. Siempre pensé que nuestro ánimo dependía únicamente de nosotros mismos, sin embargo hoy me contradigo porque comprendo que cuando se instala bien profundo, sólo él decide su partida. Entonces repito, no puedo, me duele y ese mismo dolor seccionó las alas de mi fuerza.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Intento (fallido) de relatar mi lugar.

En mi pueblo las cosas son relativamente sencillas, porque la palabra 'pueblo' claramente emana sencillez. Las calles son escasas y la gente es exactamente simple, con todo lo que implica el calificativo. Mi pueblo es, en exiguas palabras, hermoso. Todos respiramos una paz exagerada, por poco insoportable. El silencio del mediodía es aturdidor y la rutina nos agobia, por supuesto, como a todos, sin embargo nuestro cansancio es distinto, porque nuestra estadía es diferente. Aquí se camina por el medio de la calle con la tranquilidad de saber que no te pasarán por arriba. No tenemos Shopping, ni demasiados bares donde sentarnos a leer el diario, ni exceso pistas para ir a bailar y hasta la moda tarda en llegar, pero les aseguro que más de un porteño lo envidia en silencio. Nos sentamos en la vereda con el mate, dejamos la puerta abierta, chusmeamos a los gritos con el vecino y caminamos con los pies descalzos. Nosotros almorzamos asado los domingos, mientras disfrutamos de la radio y la familia. Somos literalmente genuinos e improvisados.
Nos conocemos todos, y si no nos conocemos, por más absurdo que parezca, nos saludamos igual. Además estamos al tanto del prontuario de cada alma y en caso de no estarlo, nos costaría muy poco examinarlo. No es extraño que dos amigas se enamoren del mismo hombre, ni que, en diferentes épocas lo compartan. A veces, como lo expresa el famoso dicho popular, el infierno es grande.
Es cierto que tenemos escasa pero profunda historia, con terminología característica, con unos cuantos personajes auténticos, con eternas rivalidades, con mediocres y con gente honesta.
En este recóndito lugar, casi olvidado, también existen personas que sueñan y que se asombran al pensar en un mundo tan inmenso. No sé si fui clara, el nuestro se puede recorrer fácilmente en bicicleta, dando varias vueltas por el mismo sitio, incluso sin cansarte.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

4 años.
4 inviernos.48 meses.192 semanas.1 460 días.35 040 horas.2 102 400 minutos.126 144 000 segundos.

Él nunca lo supo, pero algo me dolió interiormente. Le sonreí, como si todo aquello nunca hubiese existido y continué con mi vida, como debía hacerlo, entendiendo que carecía de alternativas.
Estábamos en una isla de Tigre, fue un diecinueve de noviembre y para ese entonces tenía unos pequeños doce años, vastos simplemente para entender que ese jovencito me despertaba las energías y conseguía hacerme sonreír.
Más tarde, con el paso del tiempo, me comenzó a estremecer la piel y finalmente todo se derribó cuando empecé a necesitarlo para vivir, cuando su ausencia por poco me impedía oxigenar.
A mis catorce, ya tenía las esperanzas amputadas y temblaba de solo pensarlo, sin embargo también había aprendido demasiado para tan pocos septiembres.
Llámenlo cariño, amor, costumbre o capricho, da igual. Lo necesitaba y quería que él también me necesite, soñaba estar a su lado, me hacía mal no tenerlo y cuando todo se derrumba, ¡importa tan poco la nomenclatura!

viernes, 14 de noviembre de 2008

FRENTE AL MAR

Se plantó frente al mar, a conversar con las olas en silencio y disfrutar del mutismo más cálido de toda la temporada. Era muy tarde y la madrugada estaba fría, pero la escena era hermosa. No sentía nada más que la balada constante que reproducía el tropezar de las rompientes.
Entre puchos y espectáculo, su mente transitaba a un ritmo vertiginoso, pretendiendo hallar algunas respuestas pendientes. Intentaba ser racional, sin embargo olvidó que algunas cosas no se revelan en absoluto, jamás. Archivó sus dudas en el bolso, argumentando que serían eternas, que carecían de explicación, y mientras tanto buscaba fuego para colmarse nuevamente de humo.
Se merecía aquel perfecto relax después de un año tan agitado. Podría quedarse allí por el resto de los días, era capaz de entregarle su propia vida al mar.
Ella amaba la pintura, el matiz, la fusión de los colores. De hecho se encontraba en la costa por haber sido la ganadora de un concurso de arte callejero. Había elegido viajar sola, siempre fue muy independiente, desde chica disfrutaba de la soledad. Su tiempo libre lo dedicaba completamente a improvisar paisajes, o volcar con su pincel, absurdos trazos íntimos que se le ocurrían mágicamente. Era admirable. Por supuesto que aquella madrugada sería su próxima obra de arte, el cuadro perfecto para una soñadora por vocación.
Respiraba un pacífico enero que le colmaba el alma y se embriagaba con la tranquilidad de tantas estrellas. Supo, aquel verano, que existían circunstancias que superan nuestra existencia, que no se comparan con nada.
Apareció repentinamente, y para revolucionar su emocionante calma, un flaquito con alma de bohemio, que contaba con sus mismas prioridades. A veces, a la vida le agarra un ataque de ansiosa generosidad y se le da por regalarnos deliciosas casualidades.
Le pidió fuego, como quien no quiere la cosa, y entablo una delirante conversación, tan delirante como ellos mismos, tan soñadora que erizaba la piel. Le agregó a sus habladurías un sonido aplacador con las cuerdas de su guitarra, y la noche parecía ser, ola tras ola, una utopía fascinante, un sueño extrañamente real.
Hacía demasiado tiempo que no sonreía con esa euforia, por poco desde que era adolescente y aún no le habían roto el corazón.
Las conversaciones que surgían eran múltiples, bañadas de magia y dignas de ser contadas únicamente, frente al mar. Porque únicamente frente al mar se juntan personas como ellos. Porque es únicamente el mar el sacerdote perfecto para formularles la pregunta que los unirá eternamente.

martes, 11 de noviembre de 2008

PATÉTICO, pero profundo.
Sé que te levantas cada día buscándole un sentido a todo esto y sé también que dormís excesivamente, sin importar el reloj. Sé que te tomaste demasiados cafés y que te hartaste de placer escuchando a tu Joaquincito y que lo admiras seriamente y que soñas ser algún día un pájaro de portugal. Sé sobre tu adicción a las palabras y conozco también tus obsesivas ganas de gastarlas. Sé de tus frustraciones y tus ansias de viajar, conocer. Sé que te duele no poder cambiar el mundo. Sé que tenés muchos proyectos estancados y sé que, muy a tu pesar, no lograrás moverlos. Sé que te atormenta el correr del tiempo, que le tenés mucho miedo al reloj. Sé que soñás casi por inercia, continuamente y que se ha tornado compulsivo y quizás hasta peligroso. Sé que te detenés a mirar las estrellas, hasta llenarte, sin importar parecer una idiota. Sé de tu timidez y tu silencio. Sé también de tu locura y desconcierto. Sé que amas a tu familia aunque a veces olvides ser demostrativa, la amas infinitamente. Sé de tu fobia a las despedidas y de tu delirada batería. Sé de tus fotos y tu circo, y tus viajes y tus libros y el amor al arte y a las palabras y a los acordes y a las miradas.
Sé que tenés muchos problemas no resueltos y que a veces te sentís demasiado vacía, rendida. Sé que amaste y olvidaste la vida. Sé que, a pesar de todo, tus esperanzas no están perdidas.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Durmiendo en la trama.

A su izquierda y en el suelo, una copa rota y vacía, sangrando soledad. Al frente, el espejo imitaba su par de ojos desiertos, a punto de estallar. La casa y su cabello se encontraban alterados, literalmente desarreglados. Los libros sucios repletos de letras indignadas y la guitarra reproduciendo baladas silenciosas.
El mundo ocupaba su lugar afuera, el lugar de siempre y el mutismo tibio que invadía aquel octavo piso no representaba exactamente una codiciada armonía.
La conquistaron las lágrimas y la impotencia, y el rencor. Se encontraba, aquella noche, más quebrada y más vacía que su copa de colección, del cristal más brillante. El reloj marcaba las tres y dieciséis minutos, con algunos intensos segundos. Cuatro paredes inflamadas rodeaban su cuerpo derrotado. Se levantó, casi sin fuerzas, tomó una birome con tinta negra y, por supuesto, un papel en donde refugiarse. Intentó encontrar en él una compañía y escupió entonces todo lo que interiormente le absorbía la conciencia, le consumía el alma. Cada letra era bañada con lágrimas agrias, las cuales sin necesidad de palabras, eran capaces de narrar.
Soltó un punto y sin siquiera adelantarnos el final, quedó dormida.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Principio de una historia cualquiera.

Caminaba constantemente hacia donde el viento, el instinto o sus piernas le indicaban. Se encontraba libre de responsabilidades, exhausta y, al mismo tiempo, disfrutaba de la más deliciosa tranquilidad. Desprendía, mientras marchaba, un paso y, tras ese, otro más y otro. Se observaban seguros, lentos, reflexivos, enigmáticos. Como si le hubiese obsequiado el destino a sus extremidades, como si su futuro fuese, en aquel atardecer, lo que menos interesaba.
Cargaba, sobre su hombro, una mochila de cuero color rojiza, completamente despilfarrada pero sentimentalmente valiosa. La consumaban objetos indispensables como un abrigo, por si el mundo decidía enfriar, su cámara fotográfica, para perpetuar hasta el lugar más recóndito, y la última colonia de Cartier, simplemente porque amaba las fragancias. Además llevaba algunos libros de García Márquez y puñados de incertidumbre.
Había llegado prácticamente a la rota calle, frente a aquel distinguido puente romántico donde la ciudad concluye, sin embargo, no estaba rendida, observó inmutablemente aquel farol agrietado y optó por seguir.
En sus ojos se descubría una asombrosa paz interior, extrañamente vista en una ciudad como Buenos Aires, donde la sobredosis de belleza es codificada con el desconcierto cotidiano.
Carmela circulaba entre la gente, como siempre pero nunca lo hace. Esta vez no lo hizo a las corridas, tampoco llevo el reloj ni el móvil, esta vez logró observarlos y los encontró vacíos, presos de rutinas agobiantes que les desnucaban minuto a minuto los sueños.
El día se dejaba vencer ante la oscuridad de la noche y se hallaban lejos las ganas de regresar a su departamento en Parque Avellaneda, tanto como el lugar mismo. Era muy valiente, no le temía ni las tinieblas, ni a la soledad, ni mucho menos a la gran inseguridad que radicaba en una ciudad tan eterna. Se sentía radiante, libre, no me atrevo a decir que feliz.
No estaba al tanto de la hora, conocía únicamente el frío y las penumbras. La calle por la que transitaba se encontraba desierta, insólitamente despoblada. Esquinando la vista supo que era Campos Salles y que debía encontrar un lugar en el cual situarse a ver las estrellas. Para felicidad de sus piernas tropezó enseguida con un banquito veterano, pero en el que conseguía afirmarse. Descansó un momento en aquella zona, embriagándose con un sinnúmero de estrellas brillantes, hermosas…
Al observarla, cualquiera especularía que Carmela no era una mujer estándar y liberarían, en su honor, insulsos calificativos malgastados. Quizás no se equivoquen y ella sepa apreciar lo maravilloso.
Allí mismo encendió un cigarrillo y sin querer entenderlo liberó una lágrima. Al cabo de un instante, se cubrió con su sobretodo enorme de hebra marrón, escurrió su rostro y continuó marchando.
Recuerdo que algunas horas antes de que decidiera cambiar de aire, la observé devastada, ahogada en una desidia imposible de llevar a cuestas. Supe que su inteligencia le consumía las ganas. Me contó que no comprendía al mundo, a pesar de saberse dueña de tantos septiembres. No supe qué refutar en aquel momento, quizás muy a mi pesar yo tampoco lo entendía. Nos ahogamos en un silencio impenetrable. Se me ocurrió sencillamente invitarla a transitar sobre el papel más cálido, más terapéutico, entre la curvatura de mis letras.