domingo, 28 de septiembre de 2008

¡Se me mojan las palabras!

Las gotas caen fuertemente sobre las calles y los techos. Las nubes se destruyen agresivas allá arriba. Nosotros caminamos pasivos, en compañía siempre del pensamiento ilimitado. Viajamos tiesos por la mente, y levantamos el rostro para mirar el cielo.
Lo sentimos tan lejos
La lluvia continúa mojando, mojándonos. Y nosotros seguimos caminando, observando,
sintiendo.
Respiramos el fantástico aire húmedo y sonreímos, como sonríe cualquiera en una tarde soleada. Las calles nunca se acaban, la ciudad está empapada. Los árboles, cobardes, se niegan a sostener las amorfas chispas continuas, repetidas, encadenadas.
El viento nos moviliza el cabello y nos despoja del mundo.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Looking for my destination.

Voy a tatuarme algunos años más, acomodarme el cabello y cargar mi bolso hasta detonarlo con palabras y acordes. En mi cuello pálido, colgaré simplemente la cámara de fotos más antigua que encuentre. Me arrancaré el reloj y archivaré el móvil.
Les dejaré, en un papel arrugado, un ‘los quiero’ entre curvas temblantes a mis queridos y saludaré mis calles con una hueca nostalgia reflejada claramente bajo mis pestañas.
Entre pasos lentos y un horizonte indominable arribaré el camino que se me presente.
Cada tanto me detendré a perpetuar el hermoso paisaje y conversar conmigo misma sobre mis ganas de volver. Luego me echaré en aquella estación a agitar las cuerdas de mi guitarra y charlaré con ese viejo soñador que estará a mi lado.
Después de eso, sabe dios en dónde acabaré.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Ese error delicioso.

Una vez más me encuentro con un sin fin de pensamientos y sentimientos que urgentemente me obligo a derramar.
Me agobia tomar las decisiones incorrectas y que luego, como por arte de magia, me enamore completamente de ellas.
Cuando hablo de error me refiero a pasar gran parte de mis días en un lugar en el que no hacen más que hablarme de ecuaciones, formulas químicas y soluciones, sin embargo esta adolescente ensimismada que soy yo lo único que desea durante todo ese tiempo es que esas mujeres con peinados raros y miradas insulsas se callen, que las horas pasen, para que al regresar a mi hogar pueda dedicarme pura y exclusivamente a lo que amo, a las palabras.
No obstante, a pesar de ese largo y arduo aprendizaje de lo que me resulta verdaderamente espantoso y nada productivo, existe algo en aquel lugar que logra conquistarme, me encariñe en exceso de sus paredes, sus olores, su aire y por sobre todo su gente, tanto que si volvería a nacer quizás hubiera terminado en el mismo sitio.
Les presento una de las grandes contradicciones de mi vida, aquella decisión errónea que volvería a cometer una y mil veces más.

jueves, 18 de septiembre de 2008

La esfera continuará girando incesante, eternamente. El ciclo se repetirá independientemente de las circunstancias de lo interno. Absolutamente sin importar la guerra, el amor o el dolor que te este quebrando el alma, sin importar tu cansancio o tu impotencia, ni mucho menos tu desesperación. La vida, continúa.
Nuestra tierra se trasladará para el lado que se programó perpetuamente. El mundo será para todos nuestro mundo, pero
él es el eterno en esta historia.
‘Para siempre’ (exactamente eso), por infinitas puestas de sol.

martes, 16 de septiembre de 2008

R.U.T.I.N.A

Después de lavar intensamente mi rostro, camino rápidamente dos cuadras hasta la parada del 500. Observo la vereda malgastada por los años y, a pesar del sueño que me maltrata, pienso que de alguna forma nosotros también somos veredas, es decir, también nos malgastamos con los años. Revoluciona mi dormilona reflexión un viejo que me preguntaba la hora, y de paso, extiende la conversación agregado que el clima está cambiando notablemente y se aproxima la primavera.
Por suerte aquel transporte arcaico no se hizo esperar demasiado, después de darle paso al señor, saludo simpáticamente al mismo chofer que me tira siempre un chiste de mal gusto con respecto a la hora y el sueño, y busco asiento para felicidad de mis piernas.
El paisaje se encuentra intacto, de la misma forma que los días anteriores. Las personas van y vienen a un ritmo vertiginoso, como si el tiempo faltara, como si los torturara tanto como a mí.
En la siguiente parada seguro sube el mismo viejo prolijo y perfumado que va a cobrar la jubilación y que tiene ojos llenos de resignación y yo como otras tantas veces le voy a ceder mi asiento.
Doblamos en la misma esquina y le pegamos derecho hasta mi parada. Ahora suben unos nenes exaltados que salen del colegio y van con hambre a sus casas.
Y yo sigo acá, parada como todos los días mirándolos.
Cuando llegue el semáforo voy a llenar mis oídos de música, intentando disfrutar las dos cuadras de libertad.
Entraré al colegio llena de la más atractiva nostalgia que me transmite la música francesa y me rendiré frente a la nueva imitación que se me presenta.
El último banco me espera, para quemar papeles, horas y neuronas. Sabré que mañana será igual, y pasado también. Sin embargo me entrego por completo a la más maravillosa y monótona rutina.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Me duele en el lugar más profundo, cuyo nombre no conozco, saberme tan inútil, tan pequeña. Saber a los humanos tan débiles e incapaces.
Me duele en el sitio más recóndito pensar en lo mal que se puede portar la vida, en lo injusta que llega a ser tantas veces.
La impotencia que corre por mis venas es insostenible.
Me lleno de preguntas sin respuestas. Y de respuestas jamás desenmascaradas.
De dolor y de desesperación.
Hoy no encuentro las palabras, no las tengo, no me salen.
Esta sensación acaba de superarme.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Juan y Catalina.

Se encontraban siempre en aquellas galerías eternas con techos altos luego de oír la campana a las y cuarto cada dos horas. Después, cada vez que acaba su carga horaria, se iban juntos al primer bar de la zona a saborear, él un cortado, y ella un submarino inmenso para apaciguar las cosquillas que revolucionaban su estómago, de paso se burlaban de algunos profesores, sus voces, sus peinados y sus pésimos humores. Acostumbraban a decir que su causa era plenamente la noche anterior y soltaban una carcajada cómplice, mientras sus ojos les transmitían un brillo innato que transformaba en evidente lo que llevaban dentro. Era cierto, morían de amor, demasiado para dos jóvenes con uniforme, pero no interesaba, aquello no le interesaba a sus pequeñas almas.
Cargaban con cuatrocientas sesenta y cinco lunas, algo así como un año y algunos meses.
Conocieron la felicidad en las pequeñas cosas, tenían en el corazón ineludiblemente el cariño que el otro le suministraba entonces nada conseguía opacarlos.
Juan ya no coleccionaba mujeres de una noche, desde que conoció a Cata, como a él le gustaba llamarla, cambió completamente. Dejo de ser un amante de la noche, los amigos y el alcohol, eso ya no lo llenaba, no lo necesitaba.
Catalina era una jovencita inocente y dulce, que siempre idealizo al amor de una forma única hasta saber imposible la manera de encontrarlo, entendiendo los pensamientos de la época.
El cielo, dios o la vida les jugo una extraordinaria pasada entonces les regalo la oportunidad de conocerse y poder disfrutar de una hermosa felicidad.
Juntos crecieron vertiginosamente, conocieron lo desconocido abandonando los miedos en un costado del camino.
Juan cursaba su último año de secundaria, a Catalina todavía le faltaban dos. Él soñaba con emprender sus estudios en Londres, además sus padres pretendían que así fuese. Ella simplemente quería conocer el comportamiento humano e intentar sanar la dinámica mente de las personas. Pero aquellos eran simplemente planes a futuro, un futuro que no imaginaban tan cercano.
Estando tan enamorados y radiantes sus días se consumían rápidamente y con mayor intensidad. Ninguno se detuvo a pensar que el año empezaba a culminar y Juan acababa el colegio, entonces cuando cayeron en la cuenta fue una sorpresa enorme para ambos.
Eran conscientes de que iban a estar un tanto más distanciados, sin embargo no imaginaban que la distancia escondía un océano.
Cuando los papás de Juan le informaron que debía viajar para continuar sus estudios en el otro continente, desgarraron cada uno de sus sentidos, sentían que el mundo comenzaba a derrumbarse y que ya no iban a ser capaces de sobrevivir, Catalina no toleraba el dolor que corría por sus venas, pero existen cosas que no tienen vuelta atrás y su partida era una de ellas.
Al quedar en soledad y al borde del abismo, Cata se negó a observar la luz del día y ya ni comía. Se encontraba pálida, con ojos hinchados por tantas lágrimas y una anorexia emocional que preocupaba muchísimo a sus padres. Se sentía como nunca se había sentido en su vida, devastada. Estaba ahogada en la desidia, literalmente extenuada.
Transcurrió el verano de aquella forma y ni siquiera un profesional consiguió ayudarla. Lloraba continuamente hasta deshidratarse, hasta que sin querer quedaba dormida.
Estaban por terminar los tres meses de vacaciones y no había salido de su habitación, cada día era peor que el anterior y le decía a su mamá que ya no tenía ganas de vivir, confesión muy dura para una jovencita de apenas dieciséis años.
Luego de los tres meses más dolorosos de su corta vida debía continuar con su única responsabilidad, los estudios. Juntaba fuerzas cada nuevo día para regalar sonrisas incrédulas y su excelente nivel decayó notablemente. Nadie iba a entender la causa, por la más tradicional incapacidad humana, la de abstraerse y observar, todos continuaban felices con sus vidas y reinaba el individualismo.
La jovencita necesitaba a Juan para respirar, sin embargo cualquiera pensaría que era un simple ‘mal de amores’ digno de la edad que, por supuesto, no tardaría en acabar.
Lo cierto es que no entendían absolutamente nada, se sufre de igual manera con o sin arrugas.
Catalina no vivió aquel año, lo murió. Moria cotidianamente pensando en Juan.
Al regresar nuevamente los días libres de verano, y sin noticias de él, sus seres queridos y el psicoanalista que la atormentaba casi tanto como los recuerdos, le aconsejaron que retome la vida argumentando que la inercia no la conducía a ningún lugar. Entonces de a poco comenzó a salir con amigos, después de tanto tiempo, tragándose los nudos de su frágil garganta y respirando hondo, solamente para conformarlos. Sabía, en lo más profundo, que su familia sufría casi tanto como ella.
Algunos sábados iban a bailar, otros a tomar algo. Hasta que sorpresivamente lograba, por momentos, despojarse del peso de Juan.
Aquel principio de bienestar crecía lentamente y le permitía asumir que cada círculo tiene su fin, como le explicaba reiteradamente su psicoanalista.
Aunque lloraba algunas noches, también sonreía sinceramente de vez en cuando y ese era un gran avance para un corazón tan demolido.
Hacia ya un año que no veía a su novio y había aprendido a convivir con el dolor.
El tiempo corría ferozmente tras las agujas del reloj y ella intentaba con todas sus fuerzas luchar contra su corazón, que inútilmente destrozaba su cabeza.
Aquella experiencia vivida le regalo, además de un sufrimiento insoportable, aprendizaje y crecimiento. Fue entendiendo, poco a poco, que el mundo no renunciaba a su giro por muy inmenso que sea su dolor. Entonces siguió viviendo porque comprendió que era su única alternativa. Afortunadamente no contaba con el valor necesario para suicidarse.
Le tocó continuar transitando como una adolescente ensimismada, llenando hojas, conociendo bares, observando por la ventana los días en que la lluvia se atrevía a caer, y viajando a un sitio apartado, imposible de suponer, en complicidad con su mente.
En el camino se cruzaron otras almas, algunas sonrisas, muchos altibajos, noches de descontrol y amaneceres frente al mar. Saboreo tantas bocas y compartió tantas camas inútilmente deseando tropezarse con su Juan. Intento encontrarlo en alguna esquina de su ciudad de pocas luces y sobrevivió a cada nueva desilusión.
Asimiló lo recorrido y aprendió a convivir con el corazón vacío y una simpatía intacta, regalando besos por diversión y monerías por un desamor.
Es una muchachita fuerte, decían los ajenos, y debo confesar que afortunadamente no existe suponer más incuestionable.
Siempre se mantuvo con la mirada en alto, intentando ocultar lo inocultable, olvidando que los ojos transmiten.
Juan, por su lado, disfrutaba de su independencia en una ciudad tan hermosa como Londres, tenía nuevos amigos y se sentía muy cómodo en aquel lugar. Ya prácticamente acababa su carrera universitaria y haciendo una mirada hacia algunos años atrás era inevitable recordar a Cata. Sin embargo, en Londres había vivido una intensa historia con una española carismática que se dedicaba a la actuación.
En menos de un año regresaría a Buenos Aires, a su pasado y a todo aquello que dejó de lado en Argentina la madrugada que debió partir. En Londres se olvidaría algunos británicos simpáticos, la imagen del Big-Ben que de todos modos quedaría gravada eternamente en su retina y una morocha extrovertida que lo despediría hasta la próxima vida, si es que hay una próxima.
Cualquier despedida requiere soportar una sobredosis de nostalgia que quizás te inquiete demasiado tiempo, pero de eso se trata este desierto, como decía el psicoanalista de Cata, no es más que un constante cierre de capítulos que debemos asumir tolerando cualquier pena o bronca que se nos presente.
Su regreso a Buenos Aires fue emocionante para los que cada día lo extrañaron, él se sentía inaudito, ya que aquella bienvenida implicaba una despedida, asimismo era consciente que una parte de él permanecería en las extensas y fascinantes calles de Londres.
Luego de saludar a familiares y recibir tantos halagos y felicitaciones por haberse convertido en un ingeniero atómico, algo dentro de él le decía que decía visitar a Catalina, aceptando cualquier reacción. Entonces decidió dejarse llevar por sus impulsos, como acostumbraba.
Al oír el timbre Cata se dirige con la paciencia que la caracterizaba a atender, sorpresivamente se siente extraña, como si intuyera algo, como si su vida no fuera más que un simple cuento escrito por una adolescente medio loca.
Aquel milisegundo en el que volteo la puerta fue el único testigo del encuentro, del pasado con el que cargaban, del dolor que los amenazaba y por supuesto de dos seres que se necesitaron desesperadamente cada segundo que los aniquilaba.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Agostina:

Es raro pensar en escribirte estas líneas, pero no por eso menos delicioso.
Arribaron, victimas del jodido tiempo, unos corpulentos dieciséis años justo sobre tu ser y vos, como todos los humanos, los aceptaste en silencio, sin derecho de admisión. Te usurparon el alma.
Entonces recordaste que un cuatro de septiembre hace más de una década y media apareciste en este lugar.
Lo sé, porque soy yo quien te conoce profundamente, más que nadie en este mundo, soy yo la que habita en tu mente y en lo más profundo de tu corazón.
Juntas existimos hasta en los momentos más recónditos, aquellos que nadie imaginará jamás. Viajamos por medio de la mente y sentimos a través de nuestra esencia.
No nos desunimos ni un milésimo de segundo, ni un parpadeo, ni un bostezo.
Te sentís extraña, como cada cuatro de septiembre en el que te estremece y aterroriza el eterno reloj.
Feliz cumpleaños, Agostina. Gracias por ser mi piel, mis huesos y mis venas. Gracias también por llevar mi mente y mi corazón.

Juntas para siempre, vamos por más.

martes, 2 de septiembre de 2008

Al hablar de amor ella siempre agacha su cabeza, como si se llenara instantáneamente de recuerdos imborrables que la aturden y la nostalgia la transportara hacia aquellos momentos.
Su historia fue de esas que quedan perpetuamente tatuadas en dos corazones cansados y en los ojos de toda una ciudad, de esas que indiscutiblemente nunca ganan un lugar en el olvido.
Los años compartidos no fueron en vano, consiguieron que nazca un sentimiento profundo entre ambos y que por él consigan risas, llantos, peleas, lugares, charlas, rutina, canciones, cenas, almuerzos, días y noches.
Construyeron poco a poco una historia que del mismo modo se fue desgastando, los actos repetidamente erróneos de él le quemaban lentamente las esperanzas a ella y entonces harta de perdonar decidió ponerle un bien merecido fin a todo aquello, porque las cosas ya no daban para más, porque la rutina aburre, porque los errores cansan y duelen y porque personas así no son capaces de cambiar.